sábado, 31 de octubre de 2009

Octava italiana decasílaba


Sobre las ruinas definitivas
sobre viejos rastros del presente
sobre el baldío del inconsciente
sobre los restos de la razón,
se yergue la mentira, la angustia
la ansiedad, el amor, la poesía
el color, Dios, luz, la valentía
la verdad o la imaginación

Y a vos quién te juna?

La identidad no existe como atributo íntimo. El verdadero ser de la identidad consiste en irle al sujeto, que a priori no posee ningún rasgo de este tipo, sino que más bien es un manojo de (a veces dispares) tendencias y caracteres. Nietzsche supo sintetizarlo con gran maestría: "El yo es un prejuicio popular" (resumo en esta frase su pensamiento, si es que no la pronunció tal cual aquí aparece).
La identidad entonces (el yo aparece aquí como identidad del conjunto de lo subjetivo respecto de sí mismo) no es una característica propia de este sujeto al modo cartesiano, sino que su génesis es exógena y a posteriori le va a él. Prueba de esta discordancia es la variabilidad de la identidad, que deviene según el lugar desde el que opera o desde el que se la conoce respecto de los límites cualitativos que establece la sociedad o la misma psiquis individual (y aunque expresa la idea, empiezo a dudar de la utilización de este último adjetivo). Una misma persona puede ser héroe nacional en un país, y terrorista en otro. Un mismo objeto puede ser basura en una cultura, y ente de veneración en otra. Vos vas a quererte un día y odiarte al siguiente.
Resumiendo: la identidad es una comodidad, definirlo unívocamente es un "prejuicio popular". Vos sos muchas cosas, algunas de las cuales están en oposición. A veces vas a ser inmejorable, a veces vas a estar en el fondo del pozo. No quiero asustarte, pero las dos son correctas. Bienvenido al caos. La felicidad es una decisión, y consiste en observar desde los altos correctos en el camino caótica de la Identidad.

Juan José Saer

Juan José Saer es no sólo uno de los más grandes escritores argentinos de la historia, sino también uno de los más destacados a nivel universal. Nació en Serodino, Santa Fe, un 28 de Junio del año 1937.


Dictó las cátedras de Historia del Cine y Crítica y Estética Cinematográfica en la Universidad del Litoral durante la década del '60. En 1968 se radicó en París. Su obra abarca cuatro libros de cuentos –En la zona (1960), Palo y hueso (1965), Unidad de lugar (1967) y La mayor (1976), esta última es considerada su más genial producción– y diez novelas: Responso (1964), La vuelta completa (1966), Cicatrices (1969), El limonero real (1974), Nadie nada nunca (1980), El entenado (1983), Glosa (1985), La ocasión (1986, que obtuvo el Premio Nadal en 1987), Lo imborrable (1992) y La pesquisa (1994). En 1991 publicó el ensayo El río sin orillas, y en 1997, El concepto de ficción. El arte de narrar (1977), es el curioso título del volumen que reune el total de la fracción poética de su obra. Ha sido traducido al francés, inglés, alemán, italiano y portugués.


Volvimos al linkeo: entrevista realizada al autor por Ana Inés Larre Borges para el medio Brecha, del Uruguay, mientras éste vivía en Francia (el autor, no el Uruguay), país en el que lo encontró la muerte el 11 de Junio de 2005. Y también, palabras presuntamente de Saer, bajo el testimonio de Piglia.
Personalmente, recomiendo (además de, claro, La Mayor, la lectura de Responso, novela de 1964.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Como los Locos sanos

Delirantes nocturnos
algunos alucinados
tristes solitarios
fanáticos detallistas.

Buscadores de belleza
artistas frustrados
íntimos pensadores
imposibles sensatos.

Lejos de la verdad
convencidos actores
tercos derribados
piden libertad.

Voladores aburridos
se pierden sin volar
a veces cansados
a veces sin mirar.

Miserables perdedores
constantes fracasados
mienten pasiones
les quedan pedazos.

Nostálgicos ateos
cobardes con amor
con gracia disfrazados
colmados de dolor.

Ellos se escuchan
nadie contesta
nada les sobra
algo les molesta.
Melany Scarfia

Jürgen Habermas

Jürgen Habermas nació en Dusseldorf, Alemania, en 1929. Realizó sus estudios en Gottinga, Zurich y posteriormente en Bonn, para finalmente obtener el doctorado en Marburgo en 1961 (con Wolfgang Abendroth como tutor) con una tesis cuyo tema fue "El Absoluto y la historia: De las discrepancias en el pensamiento de Schelling". Fue ayudante de Theodor W. Adorno desde 1956 a 1959 en el Instituto de Investigación Social de Francfort, y luego entre 1961 y 1964 ejerció como Profesor en Heidelberg. Fue también profesor titular de Sociología y de Filosofía en Fráncfort desde 1964 a 1971, y dirigió a partir de este último año el Instituto Max Planck de Starnberg, para retornor a Fráncfort en 1983. Recientemente ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2003.

La temática de su polémica obra es es tanto sociológica y filosófica como científica y política. Influido por Heidegger, Hegel y Lukács, se pone en contacto con el pensamiento de izquierda. Lee a Marx, Benjamin, Marcuse, Horckheimer y Adorno. Espantado por el nazismo - quizá la expresión más dolorosa del proyecto moderno- se esfuerza desesperadamente por encontrar en el ámbito intersubjetivo de la comunicación la clave que permita reanudar ese proyecto, reinterpretarlo y realizarlo. Desarrolla en 1976 su importante teoría de la acción comunicativa -toma la obra de Marx y le reprocha haber reducido la praxis humana "a un mero techné", en desmérito de otra acción humana que juzga fundamental: la interacción mediada por el lenguaje-, con la intención de lograr una reconstrucción del materialismo histórico. Así, critica al marxismo por descuidar el aspecto superestructural y hacer fuerte hincapié en lo económico-material. En 1981 su interés se centra en la filosofía práctica: moral, ética, derecho y justicia. La noción clave es la idea de “comunidad ideal de comunicación”.

Leyendo a Weber y Durkheim, entre otros sociólogos, publica en 1962 su primer gran obra: “Historia y crítica de la opinión pública” , en donde se expresa tangiblemetne su deseo de continuar la línea del marxismo hegeliano '20. De forma simultánea se vuelva al estudio de la filosofía del lenguaje y de la teoría analítica de la ciencia. En esta época, encuentra en el pragmatismo norteamericano una herramienta útil para suplir las deficiencias que dice reconocer en el marxismo

En “Ciencia y técnica como Ideología” y en “Conocimiento de interés”, ambas obras de 1968, distingue la acción racional con orientación utilitaria de la acción comunicativa (se observa aquí la impronta de las bases weberianas). Esta distinción apunta al desarrollo de una teoría de la comunicación. Deja en claro además que es tarea de una crítica de la ciencia que escape a los engaños del positivismo admitir el carácter “interesado” de aquella: no hay conocimiento neutral. Más aún, hay diversos intereses científicos: uno es el técnico de las ciencias empíricas; otro, el práctico, orientador de la acción por su comprensión de sentidos; y el tercero, el emancipador de la teoría crítica de la sociedad.
En 1976 recurre a la teoría de la comunicación para lograr una “reconstrucción” del materialismo histórico, intentando dilucidar un nuevo camino, que, modernizado, llevaría adecuadamente a las metas históricas. Critica la tendencia del capitalismo burocrático hacia las crisis cíclicas, como consecuencia de la falta de consenso racional con respecto al principio de organización de la sociedad vigente (aquí afloran las lecturas de É. Durkheim. Es decir, apunta a la consideración de lo particular en vez de la generalización o la inducción (el caso, en vez de los casos, en el vocabulario de Foucault). Culpa también de esta tendencia a ciertas causas sociocultural, como legitimaciones y motivaciones.

En 1981 publica su monumental obra de teoría sociológica “Teoría de la acción comunicativa”, como una teoría global de la sociedad, conceptualizando su origen, su evolución, sus fuerzas íntimas y sus consecuentes patologías. Habermas abandona el programa de la filosofía de la conciencia o del sujeto y se ubica en el de la intersubjetividad comunicativa o del entendimiento lingüístico. Desde este punto de vista, considera entre otras cosas que el modelo de acuerdo con el cual hay que pensar la acción social no es ya el de una acción subjetiva orientada por fines egoístas de sujetos individuales, sino el de una acción orientada al entendimiento en el cual los sujetos coordinan sus planes de acción sobre la base de acuerdos motivados racionalmente, a partir de la aceptación de pretensiones. El pragmatismo a nivel universal intenta identificar y reconstruir las condiciones universales de todo entendimiento posible en el mundo del habla.
Junto con el de acción comunicativa, Habermas introduce otro concepto revolucionario: el del "mundo de la vida" (muy trabajado por los filósofos posteriores), como noción que acapara todo aquello desde lo cual y sobre lo cual puede producirse la reproducción simbólico-social en acciones lingüísticamente mediadas.

La sociedad queda así enfocada en Habermas como mundo de la vida por un lado, como sistema orgánico por otro. Con estos elementos puede afrontar el carácter paradójico del proyecto ilustrado: la creciente racionalización del mundo de la vida corre paralela a la creciente complejidad sistémica. Esta última desborda su esfera propia y “coloniza” el mundo de la vida: de ahí la pérdida de sentido y libertad.

En “El discurso filosófico de la modernidad” y en “El pensamiento posmetafísico” (de los años 1985 y 1988), Habermas refleja el debate que se sucedía en esa década en los medios académicos. En el primero califica la llamada “filosofía posmoderna” de neoconservadora, y aboga por una nueva apropiación crítica del proyecto moderno teniendo en cuenta problemas que la modernidad no resolvió. Concluye que lo agotado no es hoy la racionalidad moderna, sino el paradigma del sujeto o de la conciencia, y que el “espíritu moderno” sigue aún vigente en el vivir la historia como proceso marcado por la crisis, en la actualidad como "relámpago" que alumbra difíciles encrucijadas y en el futuro como "apremio de lo no resuelto". Mientras que en el segundo texto nombrado señala la necesidad de tomar en serio el prefijo “pos” y de tener en cuenta los motivos del pensamiento actual. También trabaja por esos años la ética, el derecho y la justicia: en “Conciencia moral y acción comunicativa” (1983) intenta fundamentar una ética en un universalismo normativo para afrontar el escepticismo posmoderno. La noción clave es la “comunidad ideal de comunicación” como idea reguladora de los lazos morales, libre de coerciones de intereses particulares. En ese concepto está supuesto que la moral individual es una abstracción, pues siempre está involucrada en la eticidad concreta de un concreto mundo de la vida (inter-subjetivo). Habermas confía en la estrategia de la “ética del discurso”: el discurso representa una forma de comunicación en tanto que su fin es lograr el entendimiento de y entre los hombres, por lo cual apunta aún más allá de las formas de vidas singulares (o sea que se extiende a la ya mencionada “comunidad ideal de comunicación”, que incluye a todos los sujetos capaces de lenguaje y acción). Se garantiza así una formación de la voluntad común que da satisfacción a los intereses de cada individuo sin que se rompan los lazos sociales sustanciales.